El camino radiante by Margaret Drabble

El camino radiante by Margaret Drabble

autor:Margaret Drabble [Drabble, Margaret]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T00:00:00+00:00


Shirley, que está en el rellano ordenando las sábanas junto al armario abierto, percibe ese murmullo, cesa su tarea, escucha. Celia no recuerda más que esos dos versos, así que los repite una y otra vez, con distintos énfasis, mientras colorea. Shirley escucha. ¿A qué le recuerda este canto? Claro, le recuerda a su hermana Liz, bajo las sábanas, hace treinta años. Shirley se estremece, empieza a doblar, distrae su irritación hacia la dificultad de doblar sábanas de cuatro puntos de ajuste. Cada mejora conlleva nuevos problemas, piensa Sheila. Pero Liz sigue recitando allá en el fondo de su mente. ¿Qué hay de raro o formidable en la concentración de Celia? ¿Por qué habría de inquietarse por una niña tan aplicada y modélica? Sabe que a Cliff también le preocupa, aprovecha cualquier oportunidad para decirle que salga a jugar, que invite a amigos a merendar, que vaya a jugar a rounders[23] a Blackridge Green. Cliff y ella son los culpables, los responsables. Fueron ellos los que escogieron esta educación para su hija, estos entusiasmos, piensan a veces. Los chicos no son estudiosos, son rebeldes, son pesados de una manera convencional, con sus peinados a la moda y la bebida, una actitud que Cliff entiende, aunque convencionalmente se queje. Pero Celia es otro asunto. Es solo una chica, así que no es tan importante, ve Shirley que piensa Cliff; pero es una preocupación. Esa intensidad le perturba. Movida por un impulso, Shirley se dirige a la habitación de su hija, abre la puerta, tendiéndole una toalla verde oscura. Celia mira, sobresaltada, ve que solo es su madre, pone una vaga cara de decepción, inexpresiva, como a la espera de un reproche. Su madre mira en derredor en busca de algo que reprocharle, demorándose un poco al darle la toalla, y entonces dice: «¿Qué hace ese montón de ropa en el suelo?». Señala un montón de calcetines, pantalones, bragas y camisas de Aertex.

—Ahora iba a ponerla en la cesta de la ropa —dice Celia, sin grandes pretensiones de sonar sincera.

—Ya veo —dice Shirley. Lo que tiene que decir cansa enormemente a Shirley. A su alrededor ha construido este muro de palabras, de mentiras, de acciones. Una fortaleza—. Acabo de poner una lavadora; tendrán que esperar a la próxima.

—Sí —dice Celia, pacientemente.

—¿En qué estás trabajando?, —pregunta Shirley, ablandándose.

—En el trabajo de historia antigua —dice Celia protegiéndose, sin ganas. No quiere hablar de ello con su madre. Su madre no es como la señorita Grigson, no le interesan estas cuestiones.

—Muy bonito —dice Shirley monótonamente, mirando el rostro hermético de su hija, sus pulcros moñitos color castaño, su pecosa nariz, los aparatos de sus dientes. Una alumna muy prometedora, dicen todos sus profesores. ¿Prometedora de qué? Shirley se agacha y recoge del suelo un billete de autobús y un envoltorio de chocolatina Kitkat—. Esto es una pocilga —murmura, casi con educación—. Haz el favor de recoger la ropa antes de bajar —dice, y se va. Celia está ya respirando con dificultad sobre su trabajo, incluso antes de que Shirley cierre la puerta.



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